[Dos semanas agotadoras entre exámenes, esa es la razón por la que hasta hoy no he escrito en este cuaderno de bitácora, dejándolo a la deriva. Hoy lo retomo con ilusión, pidiendo disculpas por mi escasez de palabras improvisada y dispuesto a cincelar este diario caótico.]
Entre las manías de un adolescente está el abrir puertas para ver lo que hay detrás... Algunos descubren esperpentos y otros alegrías, pero siempre, aún en sentido figurado, necesitamos abrir caminos. Yo no soy una excepción. Siempre lo suelo hacer: giro la llave de mi azotea por el calor que se acomoda entre las paredes del ático, abro las ventanas... Sin embargo hoy hacía frío, pero por la naturaleza de mi edad tuve que olvidar mi tiritar. Y a las 11 y media de la noche me encontré un cielo enteramente púrpura.
Era un zafiro salpicado por el espíritu de algunas estrellas. Brotaba de sus suspiros un aliento fresco que penetró hasta el último recoveco de mis dolores... ¡Bendita libertad y benditos sentidos que nos permiten ver y oír y oler y tocar y amar al viento! Mis ojos volvieron rápidamente al espectro de luces amarillas y contaron con estas mismas palabras el encuentro breve pero intenso que tuve con la esencia pura de la noche.
Un fogonazo y una puerta: El problema esta en la elección, y tras de ella se encuentra la belleza, lo grotesco, lo odioso, lo glorioso, todo depende de cual es nuestra mirada, cual es nuestra llave y cual es el momento.
P.S: Noche estrellada sobre el Ródano de Vicent Van Goth
3 comentarios:
no habría podido expresarlo mejor que tú.
Al pasar el tiempo empieza a ser agotador -agobiante- el incesar de la búsqueda.
Pero, a veces, hay recompensas.
Besos*
Eres muy generosa Rumbo fijo
ojalá poseyera es virtud, Antonio.
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