Se oyen los gemidos de un niño provenientes de Belem. Dios con sus ojos enjuagados en lágrimas los mira con ternura. El niño de Belem recibe oro como Rey, incienso como Dios y mirra pues la muerte se acerca a su carne cada minuto. Mirra pues ha de recordar que viene para consumar el sacrificio más santo y puro de la historia. Desde entonces quedamos atados a Jesús, y tan fuerte la atadura nos retuvo, que cada aniversario de su nacimiento oro, incienso y mirra nos recuerdan en clave de presentes y banalidad lo fugaz de nuestra vida. Somos sacerdotes, reyes y hombres, demasiado hombres pues hemos de morir para vivir eternamente, el precio del pecado y del hermanamiento con Jesús.
P.S. Adoración de los Magos
GIOTTO (Capilla de la Arena - PADUA - ITALIA - Siglo XIV)
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