No sé porque pero la poesía es extremadamente caprichosa, al igual que la vida. Cuando pretendes escribir, ella, musa de los sueños, se escurre entre la maleza de los pensamientos. Cuando te viene, le tienes profundo miedo, miedo a que tus versos no sean dignos de llamarse tales. La vida, como quintaesencia del poeta, también se comporta así. Algunos días se escapa entre el cansancio, la apatía... y cuando viene a abrazarte con todos sus dolores y pasiones y virtudes y defectos, produce terror. Vida y poesía son hermanas caprichosas, mimadas por la admiración de aquellos que intentamos cultivarlas.
Y estoy cansado, no sé como educar ni a mis sentimientos ni a los suyos. Puede que sea porque mi autoridad sobre ellas es tan poca como mi soplo contra el huracán. Quisiera que me vieran como un padre y no como un amado, un amado que las anhela, que las desea, que las necesita. Pero ellas ven como escribo esta entrada con desconsuelo. Pero ellas ven que tanta es mi sed de su presencia que mis ordenes son simples susurros de hojarasca en el tremebundo ruido de lo real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario