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sábado, 22 de enero de 2011

Europa: mentiras, mentiras y más mentiras.

La Piedad de Miguel Ángel

Cuando me seleccionaron hace un año para participar en las fases autonómica y nacional de Modelo de Parlamento Europeo no intuía que Europa era una mentira fundamentada en cuatro tratados, una necesidad de un mercado común y unos cuantos pensadores algo ingenuos y deseosos de emular la luz política de la Edad Media. Hoy, la Unión Europea se constituye como una unión política, económica y social en la que los países, no sé si con confianza inocente o con conocimiento del gran absurdo, se han unido a la batalla que tiene el mundo moderno contra los grandes valores de nuestro continente. Porque Europa es un nombre inventado, surgido de la mente de algunos ilustrados que se creyeron visionarios, pero en verdad, la unión que en la actualidad se ha pervertido, surge y tiene su espíritu en la fe.

La Santa Fe católica que nos unía, hoy, por desgracia no es más que un reflejo pobre de lo que nos mantenía unidos entonces, en la (entre comillas) Edad oscura. Y toda esta perversión que convirtió a la cristiandad en poco menos que un armatoste político, diplomático... tiene su origen en la herejía de Lutero. Más allá de las razones teológicas que circundaron al cisma, el hecho de que se consumara en una gran parte del territorio del norte cristiano, supuso que comenzara la gran guerra entre Carlos V y los príncipes protestantes que hirieron de muerte la hegemonía de la luz del Emperador y el sol del papado. Roma tuvo que hacer frente y dar unidad espiritual a la ya destruida unidad política de los europeos.   

Y aunque el concilio de Trento, de la que el catolicismo salió victorioso doctrinalmente, solucionara grandes de los problemas de la Iglesia, los gobernantes, los filósofos, desde Nicolás de Maquiavelo hasta Jonh Locke y Hobbes, destruyeron la unidad mística de Europa. Porque es cierto que en la cristiandad las guerras eran frecuentes, es verdad que el emperador no respetaba siempre la integridad de la autoridad del Papa, pero aún en esas carencias, la unidad y el sentimiento trasnacional tenía mayor poder, porque un hombre antes que castellano, alemán o italiano, se consideraba católico y cristiano, y por lo tanto hermano de la comunidad entera de Europa.

Ahora nos venden lo aconfesional como algo maravilloso, y el problema es que volver a esas raíces cristianas, ensalzarlas, reconocer el reinado de Jesucristo... es ante todo la solución del grave problema que hoy nos aqueja: el hombre sin confesión ni sentido, sin amor ni esperanza, sin el lazo profundo de la fe.  

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Han mathon ne chae (Lo siento en la tierra)
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