como el soplo débil de la tierra
un gato magullado y blanco lame
con su lengua negruzca, gangrenosa...
Y aunque limpiara nuestros pies sangrientos,
no dejamos de ser bestias, espectros...
Lo matamos y el blanco de su pelo,
se quedó en el césped rojo y verde.
Su muerte gritaba Jesucristo...
Su alma susurraba una cruz eterna
Autor: Antonio Rivero Díaz (Yo mismo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario