He de reconocer que por mucho que me apasione la filosofía, "Metafísica" de Aristóteles es un libro que al empezar parece tener una naturaleza plomiza y oscura. He recorrido su primer centenar con un sentimiento de obligación que no poseía sentido alguno. A pesar de todo, y seguro que no son avatares del destino ni del azar, llegué a su libro IV. Es aquí donde la fascinación hacia lo evidente abrió mi alma hacia este filósofo universalmente conocido.

Los clásicos, tanto en materia de ensayística como en literatura, poseen una fuerza vital extraordinaria. Su problema es la dificultad de leerlos y comprender su vocabulario, o incluso, los temas que adornan el corazón de luz que entraña... sin embargo, el poder de estos dan vida y purifican nuestra mente. Leer a Platón, a Aristóteles, a Sófocles, a Cicerón, a Séneca, a S.Agustín, a los Evangelistas, a Santo Tomás, a Dante, a Garcilaso, a San Juan de la Cruz, a Manrique, a Quevedo, a Lope de Vega, a Góngora, a Cervantes... pertenece a un nivel elevado, pero, si a pesar de todo conseguimos liberar nuestras mentes de la comodidad, encontraremos algo verdaderamente humano en las páginas de un libro.
Un buen libro humaniza, un clásico te descubre lo que es la humanidad; que es ser humano como sustancia primera y segunda, individualmente y en colectivamente. Leer, es una actividad, que a la luz de las grandes obras de género universal, permiten vislumbrar aquellas cuestiones, preocupaciones, tendencias, defectos sobre la vida humana. Constituyen un tesoro de alcance verdaderamente metafísico, aún sin hablar específicamente de ello en su totalidad. Revelan aquellos principios humanos que se reflejan en el universo, y es que no debemos olvidar aquella frase: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"
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