Érase una vez en una casa sencilla, vestida de blanco y de jardines tan verdes como la esperanza, un anciano solitario. Era alto, tenía una clava pronunciada, salpicada por alguna cana y poseía unos ojos de negro sombrío que exalaban un temor a aquel que los mirara fijamente.
Pocos habían estado entre las paredes de su hermoso hogar, aunque yo tuve la suerte, cuando mis piernas eran fuertes y mis cabellos de bruñido negro como la noche, de conocer aquel intrincado frenesí de papeles en desorden y polvo a doquier.
Mi abuelo no era un hombre corriente, sino un ermitaño de las letras. Nunca traspasaba la cancela verde que rodeaba al jardín. Arreglaba sus rosas amarillas, las margaritas que tanto gustaban a mi madre y tomaba el sol como todos los ancianos que frecuentan los pueblos.
4 comentarios:
Precioso realtio breve sobre ese entrañable abuelo y magnífico blog, me encanta y me uno como seguidor. Sldos.
Jorgelo, muchas gracias. Encantado de que te pases por este rinconcito.
Saludos
Hola, me ha encantado esta narración sobre tu abuelo, es fresca y sincera y empleas un lenguaje muy escogido. Mi compañero en uno de mis tres blogs, Jorgelo, me recomendó tu blog y llevaba razón: me uno a él como seguidora. Un besote fuerte y feliz finde.
Mayte, he visto tus blogs y me han encantado también. Ya dejaré algún comentario, pues de momento no he tenido tiempo. Encantado de que os paséis por aquí y buen finde.
Saludos desde este rinconcito de invierno...
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