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sábado, 12 de septiembre de 2009

Madres




Madre

Te digo al llegar, madre,
que tú eres como el mar; que aunque las olas
de tus años se cambien y te muden,
siempre es igual tu sitio
al paso de mi alma.

No es preciso medida
ni cálculo para el conocimiento
de ese cielo de tu alma;
el color, hora eterna,
la luz de tu poniente,
te señalan ¡oh madre! entre las olas,
conocida y eterna en su mudanza.


Comienzo esta entrada con un poema hermosísimo que dedico a su madre Juan Ramón Jiménez. Una oda de amor a la mujer que le trajo a este mundo que le colmaría de sufrimientos, pero que le trajo entre la sangre y el dolor de un parto. Un milagro nacer, pero más milagro aún es tener una madre como la tenemos nosotros los hombres... ningún animal quiere tanto a la mujer que le arrojó a la existencia ardua pero llena de colores y alegría...

"Somos" porque alguien quiso que "fuéramos" y más aún en los tiempos que corren que parece que la maternidad es una maldición salida de los infiernos. El hombre moderno renuncia a su filiación, ¡es hijo pero renuncia pues cree que todo se lo debe a sí mismo! Como educaremos a nuestros hijos si renunciamos a esa condición. Jean Paul Sastre, un existencialista menudo, escribió un texto que me llenó de ambigüedad, (un ateo escribe esto, pues bendito sea)

    La Virgen está pálida y mira al niño. Su cara expresa una reverencia y asombro que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo: carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno. Le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Lo estrecha entre sus brazos, y le dice: "mi niño".

    Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenazan temores ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten exiliadas de esa vida nueva que han hecho con su vida, pero donde habitan pensamientos distintos. Mas ningún niño ha sido arrancado de forma tan cruel y directa de su madre como este niño, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar.

    Aunque yo pienso que hay otros muchos momentos, rápidos y resbaladizos, en que Ella se da cuenta de que Cristo, su hijo, es su niño y es Dios. Lo mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí.

    Ninguna mujer jamás ha tenido a su Dios para ella sola, un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que ríe.En uno de esos momentos pintaría yo a María si fuera pintor.


Dejo esto y las líneas abiertas... No quiero mezclar lo religioso pero es inevitable, sobre todo porque saber ser hijo depende de saber ser hijo de Dios. Esto va por todas las madres...

2 comentarios:

Isa dijo...

Precioso. Me ha gustado el poema de Juan Ramón.
Muchos besos:
Isa

Máximo Silencio dijo...

Me alegro que te haya gustado, sabiendo que la mezcla de lo religioso y lo profano no te iba a convencer del todo. Un abrazo

Antonio

Lo siento...

*I amar prestar aen (El Mundo ha cambiado)
Han mathon ne nen (Lo siento en el agua)
Han mathon ne chae (Lo siento en la tierra)
A han noston ned gwilith (Lo huelo en el aire)